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Nº22

EDITORIAL

Tiempo de crisis

Durante muchos años, los pensadores más críticos con las conclusiones de Fukuyama y su ya famosa obra El fin de la Historia y el último hombre, esperaban algún acontecimiento que desmintiese las profecías del intelectual americano. Para algunos, el ataque a las torres gemelas y la guerra global contra el terrorismo ya dejaba invalidada la teoría que había declarado muertas las ideologías. Ahora, el terremoto financiero internacional, la larga crisis anunciada, el riesgo de depresión y, en fin, las convulsiones nunca vistas en los mercados, parecen dar la razón a quienes piensan que tampoco se ha finiquitado el debate sobre el modelo económico.

Los agentes sociales, los políticos, los medios de comunicación, los círculos intelectuales, incluso los ciudadanos de a pie, tratan de descifrar, entre las toneladas de información que reciben, las claves necesarias para entender lo que está sucediendo en la economía, las medidas extraordinarias que están tomando los gobiernos, y las líneas maestras que regirán el concierto económico internacional en el futuro. Hasta el momento, sólo existe una conclusión compartida: nada será igual. Entender lo demás parece, de momento, fuera de nuestro alcance. Es muy probable que de las causas de la situación presente, y de la actuación correcta en estos casos, se siga escribiendo durante décadas, seguramente desde posiciones antagónicas. Tratar, por tanto, de teorizar sobre este asunto, es hoy en día una tarea arriesgadísima.

Sí es necesario, por lógica de supervivencia, atender a las cuestiones prácticas que la situación suscita. Es innegable que los gobiernos más poderosos del mundo están implicándose absolutamente en la resolución de la crisis. Es decir, el Estado, aunque algunos pretenden que sea de forma pasajera, está adoptando medidas
y posiciones de altísima responsabilidad en el concierto económico. Y es por tanto al Estado, al que se le van a pedir cuentas por el resultado de sus intervenciones. Este nuevo protagonismo estatal en territorios donde hace tiempo que no figuraba, (no al menos de forma tan visible), exigirá un esfuerzo común de toda la Administración. La profesionalidad, la eficacia de las nuevas tecnologías, la estructura, la capacidad de respuesta, todos los niveles del Estado se enfrentan a un examen que quizá no se pasaba desde la quiebra del Estado liberal y su transformación en el Estado social. La historia siempre continúa.
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