El desprestigio de la política, como antes el desprestigio de la función pública, parecen haberse convertido en los elementos precisos para la recuperación de no sé sabe muy bien el qué. Vivimos en tiempos de crisis económica que poco a poco se ha ido tornando en una crisis institucional que afecta aparentemente a todos los ámbitos. No vale nada para algunos: no vale nuestro modelo territorial, no vale nuestro modelo institucional, no vale nuestro modelo de representación política. El valor de los elementos estructurales de un Estado, de una nación, desaparece dentro de la crisis económica. El paro, el miedo a perder el puesto de trabajo, el miedo a no poder seguir manteniendo un determinado nivel de vida en todas sus extensiones y ramificaciones genera inmediatamente y de modo irremediable el pensamiento de que nada vale. Se pierde la confianza en los gestores políticos del bien común cuando el mismo está dañado o seriamente amenazado, se pierde la confianza en la función pública cuando los servicios que prestan no se sostienen económicamente, se pierde la confianza en un modelo constitucional de consenso de relaciones entre el Estado y sus territorios cuando se afirma que resulta deficitario económicamente.
Al final resulta que es la economía la que genera cohesión, integración y confianza en los elementos del Estado. Ante esta evidente realidad social, sin embargo, tenemos que tener la capacidad de, al menos, ponerla en duda. No cabe confundir medidas de racionalidad económica, reivindicaciones presupuestarias, financieras o el debate acerca de próximos, lejanos o inexistentes “rescates” con la idea de que España es un Estado fallido, de que nada sirve, todo debe desmontarse. España es el resultado del esfuerzo común de todos los españoles, del consenso de nuestra clase política avalado por la ciudadanía por el irrompible vínculo de la democracia.
Cabe recordar un eslogan que permitió a Bill Clinton convertirse en el Presidente de los stados Unidos en 1992 y del cual simplemente eliminamos el epíteto final por inapropiado para estas páginas: “es la economía”.